Por diversas razones, aquellas que pueden tocar a tu puerta en cualquier momento de tu vida, sucedió que el 1 de diciembre nos pilló de improviso. Y no, no me refiero a que no está puesto el árbol ni la decoración navideña (que también), si no, a que por ejemplo, no nos dimos cuenta de que había que renovar el abono de transporte del mes. Así que nada, pensamos en comprar mientras tanto el billete sencillo, y luego, con más tiempo, hacemos la compra del ticket mensual, porque si no, podemos perder el tren… la Renfe, como lo llaman mis amigos madrileños. ¡Tira!
De regreso a casa, quisimos hacer lo mismo, dirigirnos a una máquina de la estación (llamémosla estación 1), para comprar el billete de regreso. Primera sorpresa: la máquina estaba fuera de servicio. Tomé una foto que me sirviera de evidencia. Nada, «subamos al tren porque aquí no hay tornos, y luego, mientras hacemos el transbordo en Atocha Renfe, –donde concurren todas las líneas de tren Cercanías Madrid, media y larga distancias, y un largo etcétera- compramos el ticket en la máquina, desde la estación 1 hasta nuestra estación final (de ahora en adelante, estación 2)», pensamos. Qué ilusos.
Dos minutos para embarcar el segundo tren en Atocha. Corriendo de prisa por las paupérrimas escaleras mecánicas de la estación para subir al salón principal. Divisamos la máquina a unos cuantos metros, y corriendo (¡porque perdíamos el tren!), empezamos a tocar los botones táctiles buscando la opción de comprar un ticket desde estación 1 a estación 2. Jolín. “No veo el nombre de la estación 1”, digo. “¡Es que no está!”, me dice. “Jo, es que esta máquina sólo permite comprar tickets para sobretasa”. Tic, tac, tic, tac. 1 minuto para que se marchara el tren. Nos miramos a los ojos, hablando con la mirada, como solemos hacer. ¿Qué hacemos? “Vayamos al tren, ya estamos aquí, y antes de salir de estación 2, pagamos los dos tickets en la taquilla. “Vale”, le dije.
Algo que llaman paz me inundó “estamos haciendo las cosas bien, vamos a pagar nuestros tickets porque somos buenos ciudadanos” ¡Ja! Al cabo de 10 minutos, sonó la vocecilla que anunciaba el arribo a nuestra estación final. Era domingo por la noche, “ojalá haya algún empleado de Renfe en la estación final, porque si no, no podremos salir”, pensamos.
Bajando las escaleras de estación final, veíamos que muy naturalmente varias personas que no tenían ticket, simplemente “saltaban” los tornos sin mediar ningún tipo de contacto con el mismo. Vamos, que descaradamente se salían de la estación sin pagar. Y la gente: normal, sin hacer nada ni reclamar. Ninguna autoridad, ni principios ni valores se interponía entre las personas que osadamente pasaban “gratis”. Al bajar por completo, fuimos en dirección a la taquilla, nos “atendió” un empleado de Renfe, un señor de cincuenta y tantos.
Empleado: -¿Sí?-
Nosotros: -Buenas noches, nosotros venimos desde estación 1, quisimos comprar el ticket pero la máquina estaba fuera de servicio-
Empleado: sí, ya lo sé.
Nosotros: vale, en el transbordo quisimos comprar el ticket en Atocha pero la máquina sólo expendía billetes de sobretasa.
Empleado: ¿Entonces?
Nosotros: Bueno, que queremos pagar el viaje que hemos hecho.
Mientras ese diálogo inundado de malos gestos ocurría, la gente continuaba colándose por los tornos, y otros, cuyas habilidades acrobáticas quizás eran un poco más limitadas, ni se molestaban en saltar, si no que se dirigían a la entradilla que se usa para pasar maletas o carritos de bebés, de nuevo, sin pagar ni mediar palabra con nadie.
Empleado: son 3,10€.
Nosotros: vale.
Acto seguido, empezamos a buscar moneditas de los bolsillos, carteras y monederos. Diez, veinte, cuarenta, un euro. Un euro cincuenta, dos euros. Dos euros noventa, dos euros noventa y cinco. Tres euros, tres euros con cinco, tres euros con seis. Tres euros con siete. Hasta ahí. No apareció ninguna otra moneda que pudiera completarnos los 0,03 cts. que nos hacían falta para alcanzar los 3,10€.
Nosotros: -¿podemos pagar con tarjeta?
Empleado: -no-.
Nosotros: es que nos faltan 0,03€ y no tenemos más efectivo.
Según decíamos eso, el empleado elevaba al unísono sus dos hombros, inmortalizando en nuestras mentes el famoso y universal gesto del “no sé”.
Mirábamos a todas partes, mientras seguíamos buscando el anhelado sonidito de una moneda oculta entre las costuras de mi bolso. La gente seguía colándose. El empleado, indiferente.
“¿Qué podemos hacer?”, osé en preguntar. “Pues no lo sé”, me contestó el empleado. “¿Podemos comprar el ticket en la máquina que está afuera?”, preguntamos, “Pues lo que os dé la gana”, respondió. Atónitos. Es la palabra que resume nuestra cara de anoche.
Salimos, con el consentimiento del empleado de Renfe. Fuimos a la máquina a comprar el ticket. 3,10€. Marque PIN y OK. Operación aceptada. Imprimiendo billetes. Listo.
¿Fuimos tontos? No. ¿Nos quedamos sorprendidos por la actitud del empleado? Definitivamente. Si queremos ver que las cosas cambien, debemos empezar por nosotros mismos, mejorar, practicar la honestidad, pero sobre todas las cosas, ser agradecidos. Así están las cosas, indiferencia al corrupto, negligencia para quienes quieren hacer las cosas bien, aunque sea, algo tan pequeñito como dos billetes de 1,55€ cada uno.