Cuando vi el positivo de la prueba de embarazo de mi primer hijo me empecé a preparar para todo lo que me venía encima: llevaba al dedillo todos los síntomas que iba a experimentar en cada etapa, hice cursos de preparación al parto, sobre cómo bañar al bebé, lactancia… y cólicos. Pero nadie, nadie me habló de lo más difícil de la maternidad: la educación de los hijos.
Educar a un niño es el trabajo más difícil del mundo y por eso siempre he pensado que la maternidad saca lo mejor y lo peor de cada uno. Es verdad que descubrimos una manera de amar que no conocíamos antes, pero cuando empiezan a aparecer las luchas del sueño, con el orden de los juguetes o la hora del baño, la historia cambia. Llantos a todas horas para “llamar la atención”, travesuras y más. Súmale a esto que te encuentras con la maravillosa escuela de opinólogos de oficio, que cariñosamente y con toda su buena intención quieren decirte lo que tienes que hacer para educar bien a tu hijo.
En esos momentos tipiquísimos de rabietas, yo, que estaba segura que era la mejor madre que mi niño podía tener, resulté actuar de maneras que ni yo misma me reconocía. Me frustraba, me ponía nerviosa y me inundaban los sentimientos de impotencia, rabia, desesperación y por último, tristeza cuando veía que mi hijo no hacía lo que yo quería. ¿Qué estaba haciendo mal?
Un día de esos, cuando mi niño no llegaba al año, escuché hablar sobre la Disciplina Positiva. Me enteré que se puede educar sin gritar, sin frustraciones y de una manera en donde el amor, el respeto mutuo y la empatía eran protagonistas. Sin dudarlo me tiré a la piscina y empecé a estudiarla y fue amor a primera vista. Nada más probarla, funcionó no en mi hijo, sino primeramente en mí. ¿Lo más importante? Me permite disfrutar de mi maternidad y darles a mis (ahora dos) hijos lo que más quiero: una infancia feliz.
A continuación te cuento algunas cosas claves de por qué me enamoré de la Disciplina Positiva:
- Porque me enseñó que los niños y los adultos merecen respeto
Uno de los principios fundamentales de la disciplina positiva es el respeto mutuo. Hemos aprendido que los mayores deben ser respetados pero, ¿y qué hay de los niños? Cuando entendemos que el respeto es el filtro por el cual debe pasar nuestra forma de relacionarnos, todo mejora. Una analogía que me gusta usar es, «si no le dirías eso a un compañero de trabajo, ¿por qué se lo dirías a tu hijo?»
2. Porque me enseñó a ser amable y firme a la vez
La disciplina positiva nos enseña a poner límites de manera respetuosa y sobre todo, con amabilidad y cariño. No hace falta que le digamos SÍ a todo lo que quieren nuestros hijos ni mucho menos, pero tampoco hace falta caer en el autoritarismo para establecer un límite. Aprendí que ningún extremo es bueno, lo mejor es combinar lo bueno de ambos lados, observar las conductas del niño/niña, reflexionar y tomar decisiones de manera que el niño/a pueda aprender alguna habilidad para la vida.
3. Porque me enseñó a no buscar culpables, pero sí soluciones
Esto es algo liberador. La disciplina positiva nos ayuda a dejar de lado esa búsqueda constante de culpables, equivocaciones o errores en cualquier momento. ¿A quién le gusta que le señalen sus errores? ¿Quién aprende de un error cuando le humillan y le aíslan? ¡Nadie! Vemos en el error una extraordinaria oportunidad para aprender.
4. Porque aprendí que mis hijos no necesitan ser castigados ¡ni ignorados!
Existen numerosos estudios que revelan que el castigo es inútil, hace daño y genera miedo en los niños (¡y en los adultos!). Aun así, sigue habiendo padres que creen firmemente en la utilidad de este mecanismo. El castigo solo permite que salga la ira y la frustración del padre/madre “Te vas a enterar”, y no tiene pedagogía que lo sustente. Muchos padres también lo siguen usando porque “a ellos les funciona”; y sí, puede ser que tu hijo/a recoja sus juguetes porque le has amenazado con castigarlo/a, pero lo hará por miedo y no porque haya entendido que es su responsabilidad. Otra conducta habitual es “ignorar el comportamiento”, pero, reconozcámoslo, ¿a quién le gusta que le ignoren cuando está pasando por su peor momento? ¡A nadie!
5. Porque me enseñó a conectar… para luego corregir
Algo revelador, sanador y absolutamente transformador que me ha enseñado la disciplina positiva es que no siempre estoy apta para corregir a mis hijos, ni ellos están siempre aptos para recibir la corrección. ¡Buah! Cuando supe que mi cerebro (que en t e o r í a ya está desarrollado) hace de las suyas y se «destapa» para dar paso a emociones que no siempre puedo controlar (ira, frustración, inseguridad, dolor, miedo…), entendí que ese no era el momento más adecuado para hablar con mis hijos. Lo mismo les pasa a ellos cuando están en medio de una rabieta o están teniendo un mal momento. Ambos, cada uno en su momento, necesitamos estar primeramente calmados, para conectar y luego, si hace falta, hablar del tema.
Podría darte muchas más razones, pero las dejaremos para otros post 😉
Me puedes contar en Instagram @tatiluis qué te parece la Disciplina Positiva y si te animas a probarla en tu casa.
Besos!!