Cuando mi hijo con un año todavía no decía mamá o papá, la verdad es que no me preocupaba en absoluto. No tenía prisa porque hablara o porque girara su cabeza a mirarme cuando le llamaba por su nombre. En realidad, lo que siempre me había preocupado era cómo reaccionaba yo cuando mi pequeño -hijo único en ese momento-, no se dormía, se despertaba entre 6 o 7 veces cada noche o cuando literalmente, no paraba en todo el día.
Yo era consciente que no quería educar a mi hijo (y todos los que siguientes) bajo un modelo de autoritarismo. También sabía que gritar estaba mal. Era consciente que la ira que me inundaba cuando estaba cansada y no podía más era inaceptable para tratar a mi pequeño bebé que no tenía para nada la culpa de la situación. Sí, grité más de una vez. Y dos veces me molesté muchísimo. Una de ellas en la cama porque el niño no se dormía y la otra porque no paraba quieto mientras intentábamos comer. Recuerdo que salí del salón pitando para evitar reaccionar violentamente y lo dejé con su padre ahí. En ese momento me pregunté ¿por qué actuaba así si sabía que todo eso estaba mal?
Ya había leído de Disciplina Positiva pero fue en ese momento que me lo tomé en serio. Me volví la más friki en el tema. Leí y estudié libros, hice cursos online y paso a paso vi un cambio… no en mi hijo sino en mi. Luego hice talleres presenciales y no conforme con eso, seguí estudiando hasta obtener la certificación oficial como facilitadora de Disciplina Positiva.
La convivencia con un niño TEA (Trastorno del Espectro Autista) puedo definirla como retadora. No os voy a negar que físicamente es agotadora, sí, pero sin duda la Disciplina Positiva nos ayudó muchísimo a gestionar nuestra vida familiar con nuestro pequeño superhéroe. Te cuento por qué:
- Porque aprendimos a empatizar y conectar con él: esto parece que es algo obvio señoras y señores, pero no. Creedme que cuando estáis mental y físicamente agotado, lo último que se te ocurren son las herramientas para empatizar y conectar con tu niño/a. Con la disciplina positiva aprendimos qué hacer para desarrollar esos mágicos e increíbles momentos de conexión y empatía.
- Porque aprendimos a entender su cerebro: entender el cerebro del niño es complejo. Pues, imaginaos entender el cerebro de un niño neurodiverso. Es flipante. La información es poder y gracias a ella, hemos entendido cómo funciona esa cabecita, cómo se conectan sus ideas y qué podemos hacer para ayudarle.
- Porque nos dio herramientas para gestionar sus rabietas: y con herramientas me refiero a recursos para manejar estas situaciones de una manera respetuosa, validando los sentimientos del niño y no menospreciando sus intereses.
- Porque nos enseñó a distinguir un comportamiento inocente sobre un mal comportamiento: los niños neurodiversos o con alguna discapacidad tienen comportamientos que son típicamente derivados de su condición. Hay otros que no y que son producto de una mala decisión que han tomado en base a una creencia equivocada que se han formado. Aunque suene a trabalenguas, la disciplina positiva lo que nos ha ayudado a entender es que por ejemplo, si mi hijo hace una pataleta porque le doy una galleta partida, he entendido que esa reacción se debe a su condición (rigidez cerebral, que se traduce en que si las cosas vienen de una forma, ¿por qué hay que cambiarlas?) y no le voy a corregir por eso, sin embargo, si hace una pataleta por irnos del parque cuando el límite ya estaba establecido, le diré con mucho amor «Cariño, te quiero y la respuesta es no». Y nos iremos del parque.
En conclusión, la Disciplina Positiva llegó a nuestras vidas como un salvavidas, y sin duda desde que la aplicamos somos mucho más felices. Nosotros como padres y nuestros hijos porque disfrutan más.
¿Y tú? ¿Aplicas habías oído de Disciplina Positiva? Me encantaría poder compartir contigo este tema que me apasiona tanto, por eso, el próximo 14 de marzo daré un taller introductorio en Madrid para padres y madres interesados. Si te interesa, no dudes en escribirme a [email protected]
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