Trabajo todas las semanas con un grupo de 40 niños aproximadamente. Esto no es lo que representa mi fuente de ingresos económicos, pero aún así, me dedico a esto de la manera más profesional y apasionante posible. No soy madre -al menos biológica- de ningún niño todavía, pero no puedo evitar sentirme responsable por estas personas que no sobrepasan los 12 años, y que de alguna forma u otra, han sabido quedarse con un lugar protagónico en mi lista de motivaciones.
Quizás os estéis preguntando, pero… ¿qué es lo que haces? Pues intentaré resumirlo: me dedico a sacar sonrisas a los niños de cualquier forma sin miedo a sufrir el ridículo, a trabajar con un equipo fantástico de personas que comparten esta visión conmigo y que disfrutan y sufren este trabajo tanto como yo. Nuestro trabajo radica en que durante dos o tres horas de los domingos, y unas cuantas más durante la semana, los niños se aventuren a soñar, a creer, a tener fe. Tenemos la ardua labor de intentar responder todas (o la mayoría) de las inquietudes que ellos tienen… ¿cómo es la fe?, ¿seré capaz de hablarle a alguien de Dios? ¿cómo puedo hacer que mis padres oren conmigo?… y un largo etcétera.
No he subestimado jamás la importancia que tienen los niños para el mundo, de hecho ellos son el mundo. Por eso en nuestras manos tenemos una gran responsabilidad, un reto, ¡una aventura gigante! Tenemos la responsabilidad de impartir lo mejor de nosotros mismos para contribuir al desarrollo de los pequeños. No ignores los minutos que puedas compartir con cualquier niño, estás invirtiendo en tu mismo futuro, ¡aprovéchalos!